Y tengo la suerte de tener 2.60 para poder pagarme una latte, calentita.
Es el cuarto viaje al paraíso: uno en cada estación. Y no sé cuál me ha gustado más. Porque cada estación me ha dado lo suyo, ni más ni menos. Y lo he disfrutado como si cada viaje fuera único. Que lo es. Pero en ocasiones no nos damos cuenta de eso, de la unicidad de los días, de las noches, de cada momento.
Son las 19.15 de la tarde y aquí ya hay gente cenando.
Yo aún ando haciendo la digestión del exquisito plato que él me ha preparado hoy: arroz con setas y espárragos.
También con él tengo suerte. Con todo él. Con sus mil y una virtudes como persona y con sus menos de cien defectos. Es amor. Y de momento tengo la suerte de que es mi amor.
Podría hacer una lista interminable, inmensa, de todo aquello en lo que pienso que tengo suerte.
Nada como caer, o que te tiren, para levantarte con fuerza y ver la vida diferente, sacando todo su jugo, intentándolo al menos.
Viajo, me río, bailo, veo mundo, pruebo cosas. Siento el frío y el calor y por la noche cuando duermo, algunas noches, unos brazos inmensos me agarran y me atraen piel con piel, calor con calor y se siente una sensación de paz y agradecimiento inmenso.
¿Tengo o no tengo suerte?
"Nieva fuera. Y tengo la suerte de tener 2.60 para poder pagarme una latte calentita". |
(Este texto fue escrito en una libreta pequeña el pasado 27 de diciembre de 2014, delante de un latte macchiato, rodeada por desconocidos y en otro país. Nada mejor que viajar para salir de la zona de confort y darme cuenta de lo que tengo, de lo que tuve, de lo que no perdí, de lo que gané, de lo que encontré siendo yo...).
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